LOS MEXICAS


"Un indio no consideraba un crimen el sacrificar una vida para agradar a uno de sus dioses. No tenía idea de recompensa o castigo después de la muerte, y llegó a considerar el sacrifico humano como una institución legítima, moral y hasta divina. Con el tiempo llegaron a consumarse casi a diario esos sacrificios en cada uno de los numerosos templos. Era la forma más estimada del culto (...) Se ofrecían vidas humanas no tan sólo a uno o dos de los ídolos principales de cada comunidad, sino que cada población tenía, además, fetiches menores, a los que se hacía esta clase de sacrificios en determinadas ocasiones (...). Esos ritos se verificaban casi siempre en los teocalis, o montículos para sacrificios, de los cuales había uno o más en cada población india. Eran grandes montones artificiales de tierra en forma de pirámides truncadas y recubiertos de piedra (...) En la parte superior de la pirámide había una pequeña torre, que era la obscura capilla donde se encerraba el ídolo. La grotesca faz de la pétrea deidad miraba una piedra cilíndrica que tenía una cavidad en forma de tazón en la parte superior, y era el altar o piedra del sacrificio (...) El famoso "calendario azteca de piedra" que se halla en el museo nacional de Méjico (...) es meramente uno de esos altares para sacrificios (...)
Solían elegirse las víctimas de entre los prisioneros de guerra y los esclavos que, como tributo, cedían las tribus conquistadas; y el contingente era enorme. A veces en un día señalado se sacrificaban quinientas víctimas en un solo altar. Se les extendía desnudos sobre la piedra de sacrificios y se les descuartizaba de una manera demasiado horrible para describirla aquí. Sus corazones palpitantes de ofrendaban al ídolo, y después se arrojaban al gran tazón de piedra, mientras que los cuerpos eran lanzados a puntapiés, escaleras abajo, hasta que iban a parar al pie de la pirámide, donde eran arrebatados por una ávida muchedumbre (...)
El indio creía absolutamente en el poder de su sangriento dios de piedra. Estaba seguro de que si abandonaba su ídolo, le castigaría y destruiría, y por consiguiente no quería creer nada contrario a su religión. El misionero no solamente tenía que decirle: "Tu ídolo es potentes; no puede hacer daño a nadie; no es más que una piedra, y si lo pateas no puede castigarte", sino que además había de probarlo (...) Cuando los indios vieron al fin que ningún poder sobrenatural aplastaba al misionero por hablar mal de sus dioses, ya se había dado primer paso. Gradualmente pudo después tocar el ídolo, y vieron que también quedaba ileso. Por último derrumbó y rompió las crueles imágenes, y los atónitos y aterrorizados devotos empezaron a dudar y a despreciar las cobardes deidades a quienes habían servido de esclavos, y a las que un extraño podía insultar y maltratar impunemente. Sólo empleando esta ruda lógica, que era la que los indios podían entender, los misioneros españoles lograron probarles que el sacrificio humano era un erro de los hombre y no la voluntad de los de arriba. Fue un maravilloso adelanto el extirpar ésta, que era la peor práctica de la religión de los indios, la cual había arraigado a través de varios siglos de constante observancia..." 

Charles F. Lummis.

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