LA QUINA Y LA QUININA.


La Hidroxicloroquina viene de la Quinina, extraida de la Quina, un tipo de árbol característico de América del Sur.  
Su descubrimiento se hizo en el siglo XVI, por el Imperio Español en época de Felipe II.

UN REMEDIO QUE SALVÓ MILLONES DE VIDAS. Durante más de tres siglos, hasta que la moderna farmacopea incorporó productos fabricados sintéticamente como la cloroquina y la primaquina, la única sustancia disponible para tratar la malaria o paludismo era un alcaloide extraído de la corteza de la quina, un árbol nativo de los bosques andinos de América del sur. El descubrimiento de la quinina, nombre del alcaloide, salvó millones de vidas…

La historia detrás del nombre Cinchona está relacionada con la condesa de Chinchón, esposa del virrey del Perú, Luis Jerónimo de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón. La condesa, que sufría de fiebre, encontró alivio en la quinina, lo que llevó a la planta a ser conocida como Cinchona. Según la tradición peruana, el escritor Ricardo Palma narró que el indio Pedro de Leyva, tras beber agua de un remanso donde crecían raíces de quina, se curó de fiebres. Esta cura fue observada por el virrey, quien decidió probar el remedio en su esposa, quien logró recuperarse posteriormente.

Fue así que, al cabo de un tiempo, tras la continua toma del agua de quina, la condesa de Chinchón se curó y dejó de presentar estas fiebres recurrentes. Por eso ella mandó a preparar grandes cantidades de corteza molida para repartir gratuitamente entre los pobladores. Así, el remedio se conoció con el nombre “Los polvos de la condesa de Chinchón”.

En los términos de la ciudad de Loja, diócesis de Quito, crece una especie de árboles grandes cuya corteza, similar a la canela pero un poco más gruesa y muy amarga, se muele en polvo y se administra a quienes padecen de fiebres, eliminándolas solo con este remedio, narra el cronista español Bernabé Cobo.

Conscientes del futuro de sus plantaciones, el gobierno peruano por ejemplo prohibió su exportación, particularmente porque cuando la quina realmente ganó aceptación en Europa. La deforestación resultante acabó con veinticinco mil árboles anuales.

En 1839, William Hooker propuso cortar totalmente los árboles de quina, en vez de quitarle simplemente la corteza, pues de la última manera el árbol era víctima de los insectos. Mientras que al cortar y cultivar nuevamente, otro árbol estaba listo en seis años.

Luego se comprobó que estos nuevos árboles tenían una mayor concentración de los alcaloides de la quina. Todas estas deforestaciones han favorecido la diseminación del paludismo, mientras los hemoparásitos se hicieron resistentes.

Pero tal como ahora vemos con el tráfico de narcóticos, negocio es negocio, y el gobierno holandés se consiguió una libra de semillas de cinchona sacadas de Bolivia de contrabando:
Pagó por ello 20 dólares en 1865. Estas fueron sembradas en la isla de Java, donde obtuvieron 12.000 árboles de alta potencia y se desarrollaron grandes plantaciones. Por lo que dominaron el 97% del mercado hasta antes de la segunda guerra mundial.

Gracias a la quinina, los españoles pudieron colonizar los trópicos, y también gracias a este antimalárico fue posible construir el Canal de Panamá.

Lo cual muestra el enorme impacto macroeconómico que esto logró, y lo bueno y rentable que para la humanidad sería encontrar una vacuna que redujera la incidencia de esta mortal enfermedad.

Muchos han sostenido que los remedios para las patologías de los seres vivos se encuentran en la misma naturaleza. Y la historia de la milagrosa corteza del “árbol de la fiebre”, como lo llamaban en la tierra de Loxa y la describe el monje agustino Calancha en Lima, pareciera confirmarlo.

Lo interesante es que aunque hoy conocemos a la malaria como una enfermedad tropical y en realidad se originó en el África. En aquellas épocas de la Edad Moderna era una patología que diezmaba sin remedio a los europeos.

Es algo parecido a la historia de la sífilis, que la habían dejado los franceses en Nápoles, y allí contagió a los españoles y quizá de esta forma vino a América, aunque sobre este tema hay varias hipótesis. El polvo color canela de la corteza de la quina, tomada como bebida, cambió la historia del tratamiento de las fiebres palúdicas.

La corteza de la quina fue llevada a Europa donde se utilizaba para el tratamiento de las fiebres en general y para el manejo de la malaria en particular.

El descubrimiento de nuevas drogas en las Indias occidentales (y en las orientales), hizo que el clásico texto botánico de Dioscòrides debiese ser actualizado. Lo que logró exitosamente en el siglo XVI Pietro Andrea Mattioli (1501-1577), de Siena, tratado sobre fármacos en italiano que alcanzó numerosas ediciones sucesivamente actualizadas con la incorporación de nuevas plantas medicinales.

La Flora de las nuevas tierras es divulgada por el portugués García Da Orta (1501-1568) en su “Coloquio de las simples”. Quien da pie para que Acosta escriba el “Tratado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales” y el sevillano Monardes, que destaca las cosas útiles para la medicina que se traen de aquellas Indias.

El material farmacológico más abundante es traído de México por Francisco Hernández (1514-1578) quien herborizó durante siete años y luego llevó numerosos manuscritos y centenares de dibujos al Escorial. Donde fue depositado, sufriendo numerosas vicisitudes. Ya que el Escorial sufrió un incendio, los manuscritos originales o publicados parcialmente hasta que en 1961 se hizo honor a este gran trabajo. Con la publicación en tres volúmenes de la “Historia Natural de la Nueva España”, con material sobre plantas, minerales y animales.
Hernández fue médico de cámara del rey Felipe II, y tradujo al castellano los veinticinco tomos de la “Historia Natural” de Plinio, al que le añadió numerosas notas que firmó como “El intérprete”.

Hojas y flores del árbol de la quinaOtros que escribieron sobre estas nuevas plantas americanas fueron el agustino Farfán y el Badiano, con su “Manuscrito”, que incluyó 183 nuevas plantas.

En un pequeño listado, el médico e historiador Juan Mendoza-Vega incluye “el palo de guayaco (para la sífilis), el bálsamo del Perú y el de Tolú, la zarzaparrilla, el sasafrás, la jalapa, la ratania, la angostura, la ipecacuana… ”.

Desde el siglo XVII se trata de controlar la quinina porque al ser barata y muy efectiva es una rentable manera de lucrarse.

La diferencia los españoles se lo daban gratis a la población, los holandeses crearon un monopolio y aumentaron los precios para un lucro abusivo, siglos después los protocolos que dictan unos pocos impiden recetar con plantas naturales en pro de fármacos provenientes del petróleo mucho menos efectivos.

Hay cosas que vienen de atrás, de muy atrás.

aquí pueden leerlo:

https://books.google.es/books?id=CQnYDwAAQBAJ&pg

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